miércoles, 31 de diciembre de 2008

XII. CAPITALISMO DE ESTADO Y ESTRUCTURA SOCIALISTA - RÉGIMEN BANCARIO RELIGIÓN - AGONÍA DE LAS CLASES DESTRONADAS

Transcripción : Pedro Pariona M.


RUSIA EN 1931
Reflexiones al pie del Kremlin

César Vallejo Mendoza




XII. CAPITALISMO DE ESTADO Y ESTRUCTURA SOCIALISTA - RÉGIMEN BANCARIO RELIGIÓN - AGONÍA DE LAS CLASES DESTRONADAS


A las ocho de la mañana me paseo delante de la puerta de mi hotel, esperando a Yeva. No quiso prometerme entrar en el salón del hotel a buscarme. Ello me obliga a esta espera en la calle, bajo una fuerte lluvia otoñal.—Mi condición de komsom olka (de la juventud femenina comunista) me prohíbe entrar a un hotel a buscar a un caballero —me había dicho Yeva la víspera, al despedirnos y tomar cita para el siguiente día.Pero no sólo por esto no quería Yeva entrar al hotel. Había además otra dificultad, y es ésta: dentro de la actual moral rusa, ninguna mujer honesta puede penetrar en un hotel en busca de un hombre, ni en su compañía. Esta costumbre rige con un rigor implacable y, según mis informes, ella no existía en la época zarista. Es de origen soviético. ¿Lo creerán los catrines y moralistas de la burguesía mundial, para quienes la revolución rusa no trajo más licencia y corrupciones? ¿No recuerda esta costumbre a Nueva York, ciudad de sumo puritanismo moral? Sin embargo, la norma no tiene igual significación en Moscú que en la capital yanqui. En la capital soviética existen numerosas prácticas y usos de parecido rigor moral, debidos todos ellos a necesidades momentáneas de táctica revolucionaria, más no a disciplinas permanentes y entrañadas a la tradición formalista de una ética de sacristía. La revolución necesita a veces de un exceso de transparencia en las relaciones sociales, como medio de estimular con sanciones objetivas y ejemplarizantes el espíritu naciente del nuevo hombre moral. Estos usos y prácticas de la conducta diaria reflejan, en el mundo dé las relaciones corrientes, el jacobinismo revolucionario integral de los métodos bolcheviques. Lo de no entrar las mujeres a los hoteles corresponde, en el plano de la agitación política, a lo de ser sentimental o romántico o, en el mismo plano de moral social, a lo de no emborracharse, etc. Son todos estos imperativos tácticos y momentáneos de extrema austeridad revolucionaria. No son esta- bles exigencias ético-religiosas.Yeva va a acompañarme en mi encuesta de hoy, pues habla el francés perfectamente. La komsomolka dispone para ello del día entero, pues hoy descansa en la cooperativa en que trabaja. Hoy es su día domingo. Hela aquí. Partimos al Banco.—¿Un Banco en régimen soviético? —se preguntan extrañados los transeúntes en el extranjero.Sí. Un Banco. Pero uno solo. El Banco del Estado. Y este Banco soviético no tiene la misma estructura ni juega el mismo rol que los Bancos en régimen capitalista. Su capital y su administración son del Estado. Sus fines son igualmente de Estado, y ellos se reducen a facilitar el movimiento del dinero según las necesidades y el ritmo de la producción total entre las diversas ramas industriales del país. Nada más. El Banco soviético no es sino un organismo intermedio entre los múltiples organismos de la producción y el comercio rusos. Retened, señores gobernantes y banqueros capitalistas, Este rol simple y único del Banco soviético. Si pensáis que algún particular de levita, monóculo y guante _ blanco figura en este Banco como principal capitalista, como presidente del Consejo de Administración, siendo a la vez socio de un Sindicato de Cobre, de una Sociedad inmobiliaria y de una fábrica de calzado —participantes a su vez estas asociaciones del mismo Banco a que aludo—, os equivocáis lastimosamente. No. Dentro del Banco del Estado soviético no hay ni un solo kopeck de ningún particular ni nadie saca de él un kopeck por concepto de utilidades. Todo es ahí propiedad de todos y para todos. Todo es ahí de la colectividad y para la colectividad. Los funcionarios que administran y sirven este Banco ganan sólo unos salarios, como cualquier proletario. En una palabra: la profesión de banquero, y en general de hombre de finanzas, ha sido abolida en Rusia. No hay más que una sola organización financiera: la del Estado, la colectiva.¿Por qué hay un Banco en régimen soviético? Comprendo vuestra pregunta. Ella traduce el concepto que tenemos arraigado, y con mucha razón, de que un Banco es un negocio particular muy lucrativo y muy irresponsable. La idea que tenemos corrientemente de Banco va inseparablemente unida a la de un prestamista diabólico que, por medio de unas cuantas maniobras y escamoteos de billetes de sus cajas de hierro, convierte en veinticuatro horas un capital de cincuenta mil en un millón de pesetas. El Banco soviético no es negocio de ningún particular. Nadie saca de él de mil pesetas veinte mil - ni de cincuenta mil un millón. Este Banco no es, como repito, más que una oficina del Estado destinada a hacer circular, conforme lo solicitan los organismos industriales, agrícolas y comerciales del Estado y los grupos sociales que éste autorice, el dinero o capital bancario, del cual es igualmente propietario el Estado. Mientras el sistema de producción y consumo no se haya socializado en sus relaciones más profundas y esenciales, o lo que es lo mismo, mientras el sistema de producción y consumo conserve en Rusia tales o cuales rasgos y formas capitalistas, ese sistema exigirá siempre un organismo bancario encargado de la circulación del dinero dentro del organismo económico general. Pero si aun después de explicado este rol honesto, transparente y necesario del Banco soviético, os sigue incomodando la simple idea de Banco, a causa de no poderla separar de la idea de especulación particular ilícita a que nos ha acostumbrado el régimen capitalista, cambiad el nombre de Banco por el de Oficina del dinero, verbigracia, o por cualquiera otro, y la diferencia entre banco capitalista y banco soviético será completa a vuestros ojos.Encontrándose aún rotas o sin regularizarse las relaciones financieras entre Rusia y las plazas capitalistas, el rublo es hoy la sola moneda sin curso ni cambio en el extranjero. Esta anormalidad de relaciones y esta falta de curso del rublo en las Bolsas capitalistas no son, naturalmente, claras ni francas. Las relaciones existen y no existen, y el rublo se cotiza y no se cotiza en los Bancos burgueses. Las relaciones financieras existen desde el instante en que en Rusia hay capitales extranjeros y que Moscú compra y vende productos en los mercados ingleses, alemanes, italianos, franceses y yanquis. Pero no existen desde el momento en que el capitalismo boicotea por sistema y de manera permanente la divisa rusa, aun contradiciendo el comercio que él realiza diariamente con Rusia. En otros términos: las relaciones financieras existen en la realidad de los hechos, pero el capitalismo trata, por otra parte, de minarlas con actos violentos y externos, hijos de su voluntad reaccionaria y de su fobia contra el Estado proletario. Es la necesidad práctica la que le obliga a comprar y vender a Moscú y a colocar sus capitales en Rusia; pero el imperialismo mundial se da perfecta cuenta del peligro que encarna el Soviet para él, como futuro competidor de productos en el mercado internacional. De aquí, de este temor proviene su constante y furioso boicoteo de Rusia como potencia económica. Es una verdadera guerra contra el Soviet. Entre las armas de que se vale para perderle, figura el cambio. El capitalismo ha tratado y sigue tratando de derribar al rublo. Como no dispone de la única manera que hay de perder una divisa, cual es la de hacer disminuir el mínimum las exportaciones del país de que se trata, el capitalismo internacional suele echar mano de procedimientos mucho más expeditivos y mecánicos, cuales son, verbigracia, entre otros, el de introducir clandestinamente en Rusia rublos falsos con el fin de provocar inflaciones y desequilibrios dentro de la economía soviética.En estas condiciones, la aduana soviética prohíbe la introducción de rublos en Rusia, obteniendo así dos resultados: primeramente, el de precaverse contra las maniobras cambistas del capitalismo, y luego el de atraer al mercado ruso la mayor suma de divisas extranjeras. Como puede suponerse, esta lucha cambista se traduce por el hecho de que el rublo carece completamente de aceptación en los Bancos capitalistas. La primera vez que fui a Rusia, un Banco de Berlín, al que pedí rublos, me dijo:—No vendemos rublos.Al volver de Moscú fui al mismo Banco a venderle unos cuantos rublos que me sobraron de mi viaje, y me dijo:—No compramos rublos. Nadie los solicita ni los quiere. Aquí no se puede comprar nada con ellos. Tampoco se los puede introducir en Rusia. Es una moneda muerta, sin valor y sin cambio.Todas estas maniobras, represalias y juegos estrictamente técnicos de la cuestión los ignora la mayoría de las gentes, y cuando se alude en el extranjero al hecho de _que el Soviet controla minuciosamente al viajero que visita Rusia, desde el punto de vista económico, llueven las censuras y las quejas contra la dictadura proletaria. No se acuerdan las gentes de que se trata de una guerra monetaria entre el capitalismo y el Soviet, y que éste no hace más que defenderse de aquél.Pero, aparte de ser ese control del Soviet una mera defensa de la economía proletaria contra el capitalismo internacional, constituye también una prueba del orden, organización y claridad con que el Soviet administra y custodia los intereses colectivos contra la especulación particular desde dentro del régimen.El viajero, al presentarse en la aduana rusa, está obligado a declarar y presentar ante las autoridades soviéticas todo el dinero, ruso o extranjero, que lleva. Si tiene rublos, éstos son retenidos en la aduana, previo recibo. El dinero extranjero es devuelto a su portador, con una papeleta a que constó la suma de que se trata, suma que también queda registrada en los libros de la aduana. El viajero debe llevar consigo aquella papeleta durante toda su permanencia en Rusia, y ella debe ser presentada al Banco cada vez que su tenedor vaya a cambiar su moneda extranjera por rublos. De este modo, el Sóviet sabe, en un momento dado, cuánto tiene un extranjero en rublos y en divisas extranjeras, de una parte, y de otra, cuánto dinero existe en Rusia en monedas igualmente extranjeras. El viajero que introduzca en forma oculta divisas extranjeras, es descubierto inmediatamente al presentarse a cambiarlas en un Banco. No puede cambiar en rublos sino la suma anotada en su papeleta en la Aduana. Si logra introducir rublos ocultamente, sólo podría hacerlo con unos cuantos, pues, de ser más, sería asimismo descubierto, dado el control que de sus gastos, ejerce el hotel donde se aloja, el restaurante o restaurantes donde come, los teatros, etc. En este último caso, el Soviet le somete a juicio, con severas sanciones peales.Como se ve, el Soviet administra la economía del país con un celo y una minuciosidad superiores a los de cualquier propietario particular en régimen capitalista. Con semejante método aduanero y bancario, no queda modo de que el capitalismo envolvente, ni los particulares de dentro del país puedan especular o minar la estabilidad e integridad de las finanzas proletarias.* *Algunos periodistas extranjeros, aficionados a escarceos críticos de la economía soviética, han pronunciado, a propósito de la existencia del Banco en Rusia, la frase capitalismo de Estado, a diferencia —o en oposición, dicen— al Estado capitalista. Quieren así dar la impresión al público extranjero de que la revolución económica rusa se ha reducido a un simple cambio de propietario de la . riqueza colectiva, es decir, que a los capitalistas particulares presoviéticos ha sucedido un solo capitalista: el Estado, y que todo el resto del aparato económico social sigue siendo el mismo que antes de la revolución. Mas esto no es verdad.En primer lugar, "hay que tener mucho cuidado — decían ya Lenin yTrotsky durante el comunismo de guerra— con aquello de capitalismo de Estado, frase que algunos economistas soviéticos manejan. con cierta imprudencia, designando con ella uno de los aspectos de la economía rusa, y que los enemigos extranjeros de la revolución (Kautsky y Bauer, por. ejemplo), emplean para designar la esencia misma de dicha economía". Esta alarma de los jefes del Soviet quería decir —y hoy sigue teniendo la misma significación e idéntico alcance aclaratorio— que la economía soviética es sólo en parte capitalismo de Estado y en una parte secundaria y episódica dentro de las actuales necesidades dialécticas de la producción rusa. Es un capitalismo de Estado, puesto que el capital social está en manos del Estado, que la' administra en nombre del proletariado. Este rol capitalista del Estado es por ahora necesario e inevitable, y seguirá siéndolo mientras exista el Estado, y mientras el proceso de socialización de las relaciones de la producción, en el campo y en el taller, .no sea completo y no haya acabado con el último dejo, del sistema capitalista. Sólo en este sentido puede hablarse de capitalismo de Estado en Rusia. No lo' es en lo demás, en lo que se refiere, por ejemplo, a las relaciones sociales de la producción. En este terreno, el capitalismo de Estado es un sistema absolutamente patronal, burgués, capitalista, en cuanta a que el Estado —nuevo propietario, nuevo capitalista— es un patrón como cualquier patrón particular. El capitalismo de Estado no hace más que echar a los patronos particulares de todas las actividades económicas del país, para tomar él sólo la gerencia y la propiedad de ellas, pero dejando intacto el vigente régimen de producción capitalista. Las relaciones entre el capital y el trabajo siguen siendo las mismas. El proletariado ya no tiene varios explotadores, sino uno solo; pero la explotación, la plusvalía patronal, el lujo de unos cuantos, el dominio de una clase parasitaria sobre las clases productoras, la miseria de las masas trabajadoras, etc., continúan siendo la base y la esencia del régimen de producción en el sistema del capitalismo de Estado. Que este sistema no altera en lo más mínimo las relaciones de la producción, lo prueba el hecho de que dentro de los actuales monopolios fiscales de distintos países, la posición del capital y del proletariado es -completamente idéntica a la que estos factores tienen en las explotaciones privadas. La situación económica, política y cultural del trabajador, en los ferrocarriles de propiedad y administración estatales no difiere en lo más mínimo de la que él tiene cuando tales ferrocarriles pertenecen a particulares. Esto, que pasa en una o varias ramas del monopolio del Estado, no haría más que repetirse, en escala mayor, en el sistema entero del capitalismo de Estado. Y esto es lo que no sucede dentro de la economía soviética, en la que las relaciones de la producción se basan en el interés práctico e inmediato del trabajador, de un lado, y de otro, tienden a socializarse por la supresión lenta, pero- progresiva, del Es-lado, como único capitalista, y por la transformación de la economía dirigida por el Estado en una economía dirigida directamente por las masas. El primer -objetivo se patentiza con el standard of life actual del obrero ruso, que es mejor y más saneado que el del obrero capitalista. El segundo objetivo encuentra una de las formas prácticas de su realización en la agricultura, por ejemplo, donde la colectivización o socialización del cultivó está alcanzando con los kolskos una ofensiva arrolladora sobre los pequeños -cultivos individuales y cooperativos y sobre el propio sovkos o cultivo de Estado. En los kolskos la intervención del Estado es ya mínima, y todo está en manos directas de la masa.De otra parte, el capitalismo de Estado, en toda su amplitud de sistema monopolista llamado a reemplazar al capitalismo particular, no ha sido hasta hoy logrado en ninguna parte como un hecho real y completo. Y no lo ha sido ni lo será, entre otras causas, porque su implantación está sujeta a numerosos factores económicos, que no dependen precisamente de los partidarios teóricos de este sistema, como son la imposibilidad absoluta de expropiar por-el Estado y sin indemnización la propiedad industrial particular total de un país y las dificultades derivadas de la actual estructura económica internacional contraria a dicho sistema. Estos dos inconvenientes —que son los primeros entre otros— sólo podrían desaparecer por medio de medidas traumáticas revolucionarias, pero no por un proceso periódico y evolutivo, como el que predican los apóstoles del capitalismo de Estado, partidarios apenas de tímidas "nacionalizaciones" y "estatizaciones" demagógicas. Sólo una revolución proletaria es capaz de la estatización total y traumática de la economía .Y es que de lo que se trata es de transformar las, relaciones entre el trabajo y el capital y no simplemente de trasladar a éste, de las manos de un trust u consorcio privado, a las manos fiscales. Aquí está el nudo del problema social universal. El capitalismo de Estado lo deja sin resolver, pues este sistema no pasa, en fin de cuentas, de una de las tantas fórmulas ilusorias y engañosas que los profesores y teorizantes burgueses inventan para halagar a las masas y desviarlas de los términos prácticos y reales de la cuestión, cuales son el actual antagonismo clasista de la producción y la necesidad de resolverlo en favor de las masas productoras.* * *Al salir del. Banco doblamos la esquina, donde hay un restaurante particular. Por la ventana yernos a un grupo de alemanes desayunando. Quiero conocer los precios y el menú de este restaurante, y entramos.Los alemanes están en número de cuatro. Son turistas. Ocupan una sola mesa. No hay más clientes. Yeva y yo tomamos, junto a la puerta de entrada, una mesa y preguntarnos qué se toma allí como desayuno. Té, chocolate, café, mantequilla y una gran variedad de pan y bizcochos. Tomamos té con -un pastel. En todos los restaurantes de cooperativas rige el siguiente mecanismo para el consumo: se compra en la caja una ficha, en la que esta marcado el alimento que se va a tomar y su precio. Esta ficha se entrega al compañero o compañera que nos sirve._ En los restaurantes particulares o de nepmans se nos dice el menú, pedimos sin saber los precios y luego pagamos. Se nos cobra, -naturalmente, lo que quiere el restaurante. Es el mismo sistema de muchos de nuestros restaurantes. Los dos tés-con dos pasteles nos cuestan aquí un rublo y diez kopeks, o sea dieciséis francos. En una cooperativa he pagado muchas veces por el mismo consumo cuarenta kopeks, o sea seis francos.—¿Por qué cobra usted —le he preguntado al nepman de este restaurante— tan caros los consumos?—Son los impuestos que a ello me obligan —me dice—. El Estado se lo lleva todo. Mi negocio se hace cada día más difícil. Acabaré por cerrar la casa.El nepman pone en la cara una expresión de angustia. Viste de americana, pero pobremente.—¿Muchos clientes tiene usted?—Muy pocos. Hay días que no pasan de dos o cuatro. Mis clientes son, en general, extranjeros o kulaks ,de provincias que vienen a Moscú de paso.Delante de la puerta de entrada hay un haraposo que pasa y repasa mirando ávidamente al interior. Lleva una mano metida dentro de la americana, a la altura del pecho, y su palidez es la de un hambriento o de un enfermo. Los alemanes se levantan y se van. Entonces el haraposo penetra de un salto y recoge, como un animal famélico, las migajas y desperdicios de la mesa. Algunos huesos se echa al bolsillo y vuelve a salir, lanzando imitadas de loca y devorando a grandes bocados lo que encontró en la mesa.¡Espantoso! —le digo a la komsomolka.—Son los sobrevivientes del régimen zarista —me dice Yeva—. Antes, esta misma escena se veía con frecuencia. Poco a poco estos mendigos van desapareciendo.—Sin embargo, se me han acercado muchos a pedirme en los pocos días que llevo en Rusia. ¿Cómo me explica usted semejante plaga, en una sociedad como el Soviet? Esto es realmente incomprensible.El hambriento está junto a la puerta, triturando ruidosamente un hueso, como un perro. Advierto que no despega los ojos de la mesa donde estamos nosotros. Yeva no ha terminado su pastel. Este está casi entero. Las miradas del hambriento sobre el pastel son febriles y casi rabiosas. Nunca he visto ojos tan extraños en mi vida. Hay en la cara de este pobre una avidez agresiva, furiosa, demoníaca. A veces tengo la impresión de que va a saltar sobre nosotros y nos va a arrancar de un zarpazo un trozo de nuestras propias carnes. Se ve que tiene cólera. Se ve que nos odia con todas sus entrañas de hambriento. Inspira miedo, respeto y una misericordia infinita.- ¡El apetito es, sin duda, una cosa horrorosa!Pienso en los desocupados. Pienso en los cuarenta millones de hambrientos que el capitalismo ha arrojado de sus fábricas y de sus campos. ¡Quince millones de obreros parados y sus familias! ¿Qué va a ser de este ejército de pobres, sin precedentes en la historia? Ciertamente, ha habido en otras épocas - paros forzosos, pero nunca el mal ofreció proporciones, causas y caracteres semejantes. Hoy es un fenómeno simultáneo y universal, creciente y sin salida. Los remedios y paliativos que se ensayan son superficiales, vanos, inútiles. El mal reside en la estructura misma del sistema capitalista, en la dialéctica de la producción. El mal reside en los progresos inevitables de la técnica del trabajo, en la concurrencia y, en suma, en la sed insaciable de provecho de los patronos. ¡La plusvalía! He aquí el origen de los desocupados. Suprímase la plusvalía y todo el mundo tendrá trabajo. Pero ¿quién suprime la plusvalía? Suprimir el provecho del patrón equivaldría a destruir el sistema capitalista, es decir, a hacer la revolución proletaria.Mas ya que esta supresión no vendrá jamás por acto espontáneo, por un suicidio del capitalismo, ella vendrá, tarde o temprano, por acción violenta de esos cuarenta millones de hambrientos y víctimas de los patronos. Porque el hambre puede mucho. El actual conflicto entre el capital y el trabajo será resuelto por el hambre social. La teoría de la revolución no ha hecho sino constatar la existencia y la tensión histórica de este hambre. La revolución no la hará, por eso, la doctrina, por muy brillante y maravillosa ,que ésta sea, sino el hambre. Y no podría ocurrir de otra manera. Una doctrina puede equivocarse. Lo que no se equivoca nunca es el apetito elemental, el hambre y la sed. De aquí que la revolución no es cuestión de opiniones ni de gustos ideológicos y morales. Es ella un hecho, planteado y determinado objetivamente por otros hechos igualmente objetivos y contra los que nada pueden las teorías en pro ni en contra. Según Marx, la historia la hacen los hombres, pero ella se realiza fuera de los hombres, independientemente de ellos.El día en que la miseria de los desocupados se haya agravado y extendido más, descubriendo la impotencia definitiva de los gobiernos y de los patronos para remediarla y hacerla desaparecer, ese día brillará en los ojos de muchos millones de hambrientos una cólera y un odio mayores que los que brillan en los ojos de este hambriento de Moscú. El zarpazo de las masas sobre los pasteles de los ricos será entonces tremendo, apocalíptico.Entretanto, despejemos ciertas incógnitas. ¿La revolución rusa no ha resuelto el problema de la mendicidad? ¿Cuál es el paso dado en este terreno por el Soviet? ¿La revolución mundial tendrá también sus mendigos, como tiene los suyos la burguesía? ¿Y la justicia social? Todas estas preguntas le hago a Yeva. La militante de la juventud comunista me dice:— Las causas de la actual mendicidad en Rusia son las siguientes: el clero, la nobleza, la burguesía y el lumpen-proletariado. La mendicidad es, repito, una supervivencia de la sociedad zarista. El clero, desposeído por el Soviet de los bienes de la Iglesia, se ha quedado en la miseria. En estas condiciones, los popes deberían trabajar para subsistir y proletarizarse, como todo el mundo. Pero, lejos de eso, han resuelto seguir el camino de la mendicidad. Mendigan los propios popes en persona y obligan a los fieles a pedir para ellos. Dos cosas se proponen realizar con las limosnas: subvenir a sus necesidades diarias y personales y acumular de nuevo capitales para la Iglesia, Este último procedimiento tiene un carácter político, pues se opone a los preceptos económicos del Soviet y tiende a promover y provocar, a base religiosa, una reacción contra el régimen proletario. La mayoría de los mendigos son enviados a pedir por el clero y para el clero. Muchas veces son obreros o campesinos que ganan lo suficiente para subsistir y que sólo piden para los pobres. De otro lado, hay muchos nobles y burgueses de la época zarista, caídos igualmente en la miseria,- a causa de la expropiación de sus bienes por el Soviet. Estos tampoco quieren someterse a la nueva estructura económica, trabajando y ganándose el pan con el sudor de sus frentes, como todos los demás. Un orgullo testarudo y mal entendido los mantiene aislados y "asqueados" del mundo de los trabajadores. Prefieren pedir, cosa que me parece mucho más humillante que trabajar codo a codo con sus enemigos de clase.— ¿A quién piden? ¿A los obreros?— ¡Ah, no! a los nepmans, a los kulaks, a los turistas, a los industriales extranjeros. Justamente ahora vamos a Smolensky. Ahí va usted a ver a algunos nobles en desgracia.Smolensky es el Marché aux puces de París o el Rastro de Madrid. Después de la revolución, Smolensky se ha convertido en el mercado de los últimos cachivaches de los nobles.Abandonamos el restaurante del nepman. El haraposo arrebata el pastel. Yeva se da cuenta de que voy a darle unos kopeks. Le pregunto:—¿Debo darle una limosna? ¿Usted le daría una limosna?—Yo no doy nunca limosna a nadie. La piedad está reñida con la revolución. La piedad está también reñida con el espíritu soviético. La piedad es invención de las clases explotadoras de todos los tiempos. En la sociedad socialista, a la piedad reemplaza la justicia. La piedad va siempre unida a la injusticia social. El filántropo y el caritativo lo son porque saben y tienen conciencia de que deben algo a los pobres y necesitados. Por doctrina y por táctica nos repugna la caridad. Este hambriento es un vagabundo, un bohemio, un ocioso temperamental. Es joven y fuerte, Puede y debe trabajar. Si no lo hace, es un enfermo económico, y, por desgracia, hay enfermedades incurables y mortales.Yeva es comunista, pero yo soy burgués. Le doy al vagamundo unos kopeks, y tomamos el tranvía a Smolensky: La komsomolka me , dice:— Precisamente este mendigo es del lumpenproletariado, palabra con la que Marx denominó a los jugadores, ebrios, vagabundos, ociosos, bohemios y otros elementos viciosos que odian por temperamento el orden y el trabajo. De estos mendigos existen también muchos en Rusia. Son, en general, jóvenes y adolescentes, hijos directos de las guerras civiles y de la primera época de la revolución. Proceden de la desorganización social, del caos de la familia, de la miseria y de la anarquía de aquellos momentos. Los niños vivían y crecían en la debacle moral más completa. El resultado es el que está usted viendo.—¿Qué hace el Soviet con los diversos mendigos de que usted habla?—Todos ellos son, como ve usted, orgánicos o lo son por motivos orgánicos, que para el caso es igual. El Soviet, sin embargo, trata de recogerlos, si son inválidos para el trabajo, y de darles trabajo, si están en condiciones de trabajar. Pero nada se puede ni con los unos ni con los otros. El pope, su agente, el noble, el burgués y el vagabundo aborrecen y huyen el trabajo y el hospicio. El Soviet ha tenido que apelar y sigue apelando a la fuerza, sin resultado.— ¿Entonces? ¿Quiere usted decir que el problema no tiene remedio?— El problema lleva su remedio en sus propias entrañas. Como estos mendigos no lo son por falta de trabajo, sino por gana o actitud individual, subjetiva, íntima, orgánica, el fin de esta mendicidad no depende de condiciones sociales y económicas objetivas, sino de la moral personal y morbosa del mendigo. En este caso, la acción del Estado tiene que ser lenta, como la acción clínica para las enfermedades microbianas. A un tuberculoso no se le cura, ciertamente, operándole. El Soviet observa ante la mendicidad dos procedimientos: atraer al mendigo e incorporarlo al trabajo, y, en caso imposible, exacerbar su miseria para suprimir el mal por eliminación de la vida del mendigo. De año en año, los mendigos disminuyen rápidamente. Desaparecida esta generación derivada de la revolución y de las guerras civiles, no habrá más mendigos en Rusia, porque nuestra economía está de tal modo estructurada que no es posible el haragán, el pope, el noble ni el burgués. En el mundo proletario, el trabajo es y ha sido siempre disciplina orgánica. No tiene usted sino que notar que, aun en la sociedad capitalista, la totalidad de los mendigos son salidos de la aristocracia y de la burguesía. Raro es el pordiosero de origen proletario.— Y con los agentes o enviados de los popes, ¿qué hace el Soviet?— Comprobado el caso, el pope y el pordiosero son castigados severamente.* * *Bajamos del tranvía ante dos grandes puertas, en las que hay agolpada una multitud. Son las puertas de entrada a Smolensky.La lluvia sigue cayendo. El mercado es un vasto rectángulo sin ningún mostrador, ni mesa, ni sillas.Todo el mundo está de pie. Los objetos en venta están colocados en el suelo o en los brazos de sus propietarios. La muchedumbre ofrece un aspecto uniforme de suma miseria. En pocos países he visto gente más pobre y más desarrapada que esta clientela de Smolensky. Sólo en Yugoeslavia, en Italia, en España y en Polonia. La diferencia está en que Smolensky no es más que una lacra minúscula, aislada y momentánea dentro de la holgura económica modesta, pero general, de toda la población, mientras que la desnudez y el hambre en Polonia, Yugoeslavia, España e Italia constituyen un fenómeno general, orgánico y entrañado a la contextura misma de la economía de esos países. Smolensky es una lacra aislada, pasajera y extraña a la vida económica rusa, porque su clientela y el comercio que, en él se hace encarnan solamente la convulsión de agonía de las antiguas clases ricas y del lumpen - protetariado, al que ha aludido Yeva. La población obrera y campesina, los sectores sanos y organizados de la sociedad soviética no están en Smolensky.¿Quiénes son estos desgraciados que venden y compran con gestos y ademanes de pesadilla? ¿Y qué es lo que venden y compran? Estos hombres y estas mujeres son los sobrevivientes del naufragio clasista de 1917. Son industriales, terratenientes, nobles y funcionarios del régimen zarista. Aquella anciana lívida y esquelética, que aun lleva a la espalda un viejo abrigo de pieles, es una duquesa. Lo que quiere vender ahora es un pequeño candelabro de cobre, incrustado de lacas azules. ¿Quiénes están ante ella, regateándole el precio? Son nuevos ricos —nepmans y kulaks— que adquieren estos objetos para uso personal o, las más de las veces, para colecciones y reventas en el extranjero o a turistas extranjeros. Esa otra dama, con aire majestuoso y joven todavía, cuyo pecho va cubierto de unos encajes amarillos y desgarrados, es una princesa. Vende unos zapatos blancos de soirée. Una mujer bonita y muy maquillada —¿una prostituta extranjera acaso?— va a comprar los zapatos. Pero no. He aquí que la princesa, en un imprevisto movimiento de impudor, se sienta en el suelo, levanta las faldas y se saca los zapatos que lleva en los pies. ¿Qué sucede? La compradora no quería el calzado de soirée, y la princesa va a venderle los que lleva puestos. Pero la venta sigue haciéndose difícil. Un diálogo angustioso se traba entre las dos mujeres. La princesa acaba por llorar... Porque en Smolensky la tragedia económica y social alcanza trances desgarradores. No es ésta la venta comercial, tranquila, sino el remate violento y arrancado de las íntimas entrañas económicas. No es la venta del objeto que no se necesita, sino la almoneda sangrante de trozos de la propia carne económica. No es, en suma, una venta de mercaderías, sino la subasta mortal de la última camisa.Todas las escenas de Smolensky se desarrollan dentro de una atmósfera dramática de liquidación, un tanto mecanizada ya y monótona, en medio de su pathos tremebundo. Pilniak y Nevierov no han hecho, desde luego, sino reproducir en sus obras la realidad literalmente. Hay aquí a quienes se quitan el traje que llevan y lo venden. Otros se sacan los pantalones ante los clientes, y también para venderlos, quedándose con una especie de calzoncillos largos y anchos. La compra de sombreros, de una cabeza a otra, particularmente entre mujeres, es frecuente. Un hombre barbado a la clásica manera rusa —un antiguo fabricante de tejidos— acaba de vender unas botas que llevaba puestas. Luego se ha envuelto los pies en unos trapos sucios y ha abandonado el mercado.—Pero —le digo a Yeva— este hombre. y muchas otras de las personas que aquí vea son jóvenes y podrían trabajar. ¿Por qué no lo hacen?La komsomolka, me dice:—Los antiguos ricos y potentados que quedan en Rusia prefieren sucumbir de hambre antes que someterse al nuevo régimen y ganarse el pan en un mismo pie de igualdad que los obreros. Su odio de clase no tiene límites. Es como usted ve, una locura increíble, un lento suicidio. El orgullo versániee del antiguo señorito o señorita, de la antigua marquesa o marqués, acostumbrados a mandar, a tenerlo todo y no -hacer nada, puede más que el hambre y la desnudez.Resulta verdaderamente inaudito, por lo insensato, este grado de rencor, de orgullo y de pereza, al que puede llegar una clase social derribada por una revolución. El espectáculo de Smolensky constituye, en el fondo, el síntoma más fehaciente y revelador-de la descomposición moral a que habían llegado las clases dominantes del. zarismo. No de otra manera se explica este fin, absurdo y repugnante, de la burguesía y la nobleza destronadas. Es una agonía nauseante y retorcida de alcohólico, de epiléptico o de leproso. ¡Poder trabajar y no querer trabajar! ¡Y-preferir mendigar y descamisarse en medio de la vía pública y a los ojos precisamente de la clase enemiga!Cuando volvemos de Smolensky nos detenemos ante la iglesia del Salvador. Esta abierta de par en par. Al acercarnos oigo un canto coral religioso, que resuena en el interior de la iglesia. Le digo a Yeva:—¿Cómo? ¿Un oficio religioso? ¿Las iglesias siguen entonces abiertas en Rusia?—Sí. Nunca se han cerrado las iglesias en Rusia, aparte de los años tormentosos y anárquicos de las guerras civiles.—¿Y las llamadas persecuciones religiosas?—No hay en Rusia tales persecuciones. El Estado sólo ha declarado la separación de la Iglesia, la nacionalización de los bienes religiosos y la libertad de cultos, cosas las tres, como usted ve, que figuran dentro del programa mínimo del liberalismo burgués. Eso es todo lo que el Soviet ha hecho en materia religiosa en Rusia. Lo demás ha sido y es obra directa y libre del pueblo trabajador. Lo demás es el resultado de la campaña ateísta que lleva a cabo gran parte del proletariado ruso, de modo espontáneo e independiente del Soviet. Este tolera y respeta la práctica de todos los cultos y, entre las garantías que otorga a la vida religiosa en general, figura, desde luego, la que se refiere a las actividades ateístas. El ateo exige del Estado se respete su ateísmo con el mismo derecho con que el pope exige se respete su culto. La libertad de cultos acarrea a veces más conflictos que los que pudiera imaginarse, singularmente en sociedades revolucionarias como la Rusia de hoy. Las luchas religiosas no siempre han gravitado en torno a la voluntad política de un régimen. Muchas veces ellas se producen como manifestación de crisis profundas del sentimiento religioso de las masas. Esto último es lo que pasa hoy en Rusia. El Soviet, en este caso, no interviene en el conflicto sino para garantizar pacíficamente la libertad de cada trabajador —deísta o ateo— y para salvaguardar el orden social. Entremos —añade Yeva, franqueando la puerta de la iglesia.Principiando por el atrio, hasta los recónditos altares y sacristías del templo, se advierten signos de abandono y más aún, trazas de haber sido la iglesia despojada de todos sus tesoros artísticos y litúrgicos. El aspecto material del templo es el de un lugar arrasado por un saqueo o por una mudanza no acabada. Ni tapices ni alfombras. Ni escaños ni reclinatorios. Ni colgaduras ni encajes en los altares. Ni cirios ni flores. Ni efigies ni cuadros. Las hornacinas aparecen vacías. Apenas unos cuantos iconos quedan en el ángulo derecho, a la entrada del templo. Todo ofrece un tinte gris o azul desteñido. Pesa en la plástica de los muros desiertos y de las talladuras de oro falso una desolación infinita.Pero la escena que luego se desarrolla ante mis ojos es aún más impresionante. A unos cuantos pasos de la puerta de entrada hay un pequeño grupo de gente rodeando un altar improvisado, el único viviente del templo. El altar se reduce a una estrecha plataforma cubierta de un lienzo blanco. Sobre la plataforma hay un sillón vetusto en el que está sentado un pope, revestido de una burda casulla desgarrada. El pope sostiene en sus dos manos una esfera dorada, de la que emerge una cruz diminuta también dorada. Al pie de la plataforma se ve a otro pope, con una estola roja por toda vestidura ritual. Los dos popes y los pocos fieles que les rodean cantan a coro una música sagrada, dolorosa, casi gemebunda.Los fieles eran én, su totalidad viejos, hombres y mujeres. Y eran pobres, terriblemente pobres. Barbudos ellos y ellas muy encorvadas; sus vestimentas estaban rotas, sucias, polvorientas, como tras - de una larga y azarosa caminata.—¿De dónde vienen estos pobres? —le pregunto Yeva.La komsomolka se ha quedado pensativa, oyendo el canto saqrado. Al fin me dice:—No lo sé .Quizás son campesinos de los alrededores de Moscú. Pero más bien me parecen mujiks salvajes, traídos por los popes para figurar como fieles en el oficio de hoy. Los popes se valen de todos los medios para sostener y fortalecer la vida de la Iglesia.—¿Usted, Yeva, es atea?—No. Soy indiferente en materia religiosa. Quizá me haga más tarde atea. Me interesa la propaganda ateísta, pero no me convencen todavía sus apóstoles.—¿Y si el Soviet se lo obligase?—Ya le he dicho que el Soviet no interviene en las luchas religiosas. El Soviet no obliga a nadie a ser ateo ni a ser religioso. La libertad de cultos es en Rusia una realidad palpable, como lo prueba este servicio religioso que estamos viendo.De todas maneras, sean campesinos civilizados o mujiks salvajes estos fieles, lo que hay de cierto es que sus caras de hambrientos, su desnudez, sus miradas llenas de angustiosa incertidumbre, su canto, todo en ellos está hendido de tragedia. Sus voces y sus ojos expresan un terror misterioso, vago, aunque real y viviente. ¡De qué tendrán miedo ahora estos pobres seres, para ágruparse y clamar con tanta ansiedad, en torno a los dos popes, en la iglesia del Salvador, de Moscú? Ellos mismos no lo saben. ¿Temen a Dios? ¿Temen al zar todopoderoso? ¿Temen a los bolcheviques? ¿A la hambruna? ¿A la guerra? ¿Temen a la luz inmarcesible de la revolución mundial? ¿De qué nuevos fantasmas espeluznantes les habrán llenado la cabeza los popes para catequizarlos? Es difícil saberlo. Toda la vida, todo el dolor y todos los dramas y conflictos de su ser profundo se agitan ahora en sus miradas y en sus voces. Y no hay cosa más insondable que el canto y la mirada de los hombres.



Blogalaxia





BlogsPeru.com